Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1861-1862 (Cortes de 1858 a 1863)
Sesión: 27 de enero de 1862
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: n.º 46, 769 a 771
Tema: Continúa la discusión sobre el presupuesto del Ministerio de Estado

El Sr. VICEPRESIDENTE (Lafuente): Continúa la discusión pendiente sobre el presupuesto del Ministerio de Estado. Continúa en el uso de la palabra el señor Sagasta.

El Sr. SAGASTA: Ya se conoce, Sres. Diputados, que vamos a entrar en la discusión de los presupuestos, al ver tan desocupados los escaños del Congreso. Para la cuestión más grave, para la más importante, para aquella hacia la cual aparentan tener tanta prisa los Ministros y los ministeriales, no hay ni con mucho el número de Diputados que se necesita para cualquier otra cuestión, la más insignificante. Para esto y no para salirse del salón, es para lo que debían tener prisa los Sres. Diputados. Pero sea de esto lo que quiera, el sábado pedí yo la palabra cuando oí pronunciar algunas a mi amigo el Sr. García Miranda, que creí envolvían un cargo, por cierto inmerecido, a los que en estos bancos nos sentamos. Y después de prestar contra aquellas palabras, y habiendo tenido necesidad de pedirla en contra para justificar a la minoría progresista, me creía en el debe de hacer ligeras observaciones sobre el capítulo en cuestión, ligeras observaciones, que con cinco o seis minutos que se hubiera prolongado la sesión, hubiese concluido de exponerlas; pero que con el sistema adoptado por la mayoría, tuve que interrumpir para continuarlas hoy.

Conste pues que al pedir yo la palabra el otro día, no [769] tenía la intención que el Sr. Presidente del Consejo de Ministros indicó al suspenderse aquella sesión. (El Sr. Presidente del Consejo de ministros: Si yo no hablé nada.) No habló S.S. dentro del Reglamente; eso es peor; más valiera que hubiera hablado dentro del Reglamento. Pero S.S. se quejó y dijo que teníamos intención de retardar la discusión de los presupuestos, y lo dijo con un tono y con unos modales que no convenían ni a la delicadeza con que S.S.: se conduce ordinariamente, ni a la alta posición que ocupa.

Pues conste que no llevaba semejante intención; protesto contra esa intención; y cuando yo lo digo, debe creérseme porque digo siempre la verdad y la digo con lealtad y con franqueza; y no tengo necesidad de decir esto, porque tampoco tengo el escrúpulo que tienen mis dignos compañeros en esta cuestión; y llamo la atención al decir esto para que tomen acta de estas grandes disidencias que nos dividen y nos devoran. Yo no soy tan escrupuloso como mis amigos en esta cuestión; yo creo que debe decirse en ella todo lo que conviene sin reparar a si se alarga o a si se retarda la discusión de los presupuestos. Y es particular, señores: se levanta uno a hacer observaciones y a discutir, y le va encima el anatema: ¡queréis detener la discusión de los presupuestos! Pero tanta prisa para discutir ahora los presupuestos y ninguna cuando hacía falta. El hacer ese cargo a la oposición, es además de injusto, inconveniente: la oposición no merece ese cargo: ¿Qué interés tiene la oposición en alargar la discusión de presupuestos? Ninguno; podía tenerlo si el Gobierno no estuviera autorizado para el cobro de las contribuciones: pero estándolo, ¿qué interés tiene ahora? El interés de la oposición se comprendería, si se hubiera opuesto al proyecto de ley relativo a la autorización. Pero ¿se opuso? ¿Alargó siquiera aquella discusión? No solo no lo hizo, sino que invitó al Gobierno a que lo presentara, porque no quería ver al Gobierno en un terreno ilegal; hasta ahí llegaron las oposiciones.

Esto lo que prueba es que ese Gobierno no merece consideración de ninguna especie, puesto que la que se le tiene, no lo agradece. Por consiguiente no es verdad eso; y luego tanta prisa; ¿para qué? ¿Qué importa que los presupuestos sigan planteándose diez o doce días más por autorización, si los presupuestos aprobados no han de tener variación alguna ventajosa con los que se están discutiendo?

¿Se va a aceptar alguna de las economías que nosotros proponemos? ¿Se va a introducir en los presupuestos alguna gran ventaja? Pues siendo así, yo renuncio la palabra; dígaseme en qué capítulo se trata de hacer esas economías, y no desplegaré mis labios hasta que llegue ese caso. Para lo que nosotros tenemos prisa es para proporcionar ventajas al país, no para cumplir con la fórmula de la discusión de presupuestos, cuando se sabe que han de cobrarse en la misma forma en que el Gobierno está autorizado.

Y todavía hay alguna ventaja. El Gobierno está autorizado para cobrar los presupuestos con arreglo a los del año anterior, y los actuales son un poco más altos; luego lo que el país debía desear es que no se aprobasen tan pronto.

He dicho que me levanté el otro día para hacer unas ligeras observaciones, en las cuales pensaba emplear poco tiempo; poco emplearé hoy también, porque ni la incomodidad del Sr. Presidente del Consejo de Ministros me importa nada para yo variar de opinión (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Yo no me incomodo), porque yo he de hacer siempre lo que pensaba hacer, ni más ni menos, a pesar de la incomodidad de S.S., y lo siento por S.S., porque en el temperamento del Sr. Presidente del Consejo de Ministros, si se incomoda, puede costarle una enfermedad, y yo que no quiero bien a S.S. como hombre político, no le quiero mal como particular.

Decía, señores, el otro día que las razones que había dado el Sr. Ministro de Estado parea consignar en el presupuesto la partida que figura para la legación de Nápoles, eran enteramente contrarias a las que debiera tener todo Gobierno constitucional. Decía que el Gobierno se daba por satisfecho con seguir en la segunda mitad del siglo XIX la política que seguía la Francia a últimos del siglo XVII; y adviertan los Sres. Diputados las circunstancias de la Francia en aquella época y las que nosotros nos encontramos ahora, la clase de Gobierno que allí había y el que hay en España; y observen además una diferencia, y es que los Príncipes expulsados de Inglaterra, a que se refería el Sr. Ministro, vivían en Francia, y no tenía nada de particular que una nación que había conservado con ellos relaciones amistosas, cuando los veía desgraciados en su país, les llenara de consideraciones. Pero ¿qué tiene que ver este caso con el caso actual de que se trata?

Decía también que el Gobierno, al obrar de esta manera, pensaba como la Rusia y el Austria, y se separaba de Inglaterra, Francia, Portugal, Bélgica, y aún de algún Gobierno absolutista.

Decía que ya los embajadores no representan la buena amistad, la adhesión, el cariño que se pueden tener mutuamente los Monarcas, sino que representan los intereses, las personas de sus respectivos conciudadanos, y que en este caso nuestro ministro plenipotenciario en Nápoles no tiene nada que representar, porque no tiene ante quien representar. ¿Ante quién va a defender, ante quién va a representar los intereses de los ciudadanos españoles? En Roma, nuestro representante no puede defender, no puede representar, no puede garantizar los derechos, los intereses ni las personas de los españoles. ¿Ante quién? Ante una persona que no tiene poder, que no tiene autoridad de ninguna especie, que no dispone de territorio alguno, que no tiene reino, que no tiene nada. ¿Qué hace pues allí nuestro representante?

Pero el Gobierno, por boca del Sr. Ministro de Estado, decía: Señores, la política ésta ha sido ya expuesta por el Gobierno a los Parlamentos, y los Parlamentos la han aprobado. En esto padecía una gran equivocación el Sr. Ministro de Estado; los Parlamentos habrán asentido a la política que el Gobierno ha seguido en Italia; pero ¿qué tiene que ver esto con el representante que tenemos cerca de Francisco de Borbón? ¿Cuándo ha suscitado esta cuestión el Gobierno? En el discurso de la Corona, que es donde podía haberse traído, puesto que no había ningún debate particular sobre este punto, no se dice una palabra; ya sabía el Gobierno que era muy delicado traer esa cuestión. Lo único que se dice en el discurso de la Corona que puede referirse a Italia y que puede referirse a Nápoles, es lo siguiente, Sres. Diputados:

" Congratulase el Congreso, dice el dictamen de contestación al discurso de la Corona que aprobó el Congreso, de que las relaciones de España con las potencias de Europa continúen en el mismo estado que en la legislatura anterior."

No dice más que pueda referirse a Italia; luego trae un párrafo relativo a roma que nada tiene que ver con Nápoles. Y yo pregunto al Gobierno: ¿qué potencia es Francisco de Borbón? ¿Es quizás alguna de esas potencias de Europa de quienes se dice que continúan las relaciones como en la legislatura anterior? Y no pensaba, señores, entrar en la cuestión de Italia; menos debo hacerlo yo que otro alguno, porque la he tratado extensamente; pero en la legislatura anterior no se ha tratado nunca más que de dos [770] fases de la cuestión; una, hasta que Francisco de Borbón abandonó a Nápoles, capital de la Monarquía; otra, cuando Francisco de Borbón abandonó el reino de Nápoles por medio de un tratado celebrado en Gaeta, rindiendo la palaza como jefe de las fuerzas.

Hasta entonces, podía pasar que se le guardaran esas atenciones; pero los Sres. Diputados recordarán que al combatir nosotros al Gobierno porque nuestro representante había seguido a Francisco II hasta Gaeta y continuaba a su lado, el Gobierno nos decía: ¿sería digno de una nación como la España, sería hidalgo, sería generoso que nuestro representante abandonara al Rey de Nápoles ahora que se ve en peligro, ahora que está sitiado por sus enemigos?

Pues ya, en el momento, señores, no hay eso; ahora Don Francisco de Borbón no tiene ni un palmo de tierra siquiera en su territorio, antes había la disculpa de decir: tiene un palmo de tierra en su territorio, y en ese palmo de tierra es Monarca, manda en él, es jefe; pero ahora no tiene nada; se fue a Roma, y es un Rey que fue y que vive como otros muchos que fueron y han vivido.

¿Qué hace pues allí nuestro representante? Nada: y prueba de que nada tiene que hacer es lo que ha dicho el Sr. Ministro de Estado al contestarnos bajo el punto de vista de los presupuestos; hemos dejado, ha dicho, una legación compuesta de un Ministro y un agregado; es claro, el Ministro para que acompañe y haga la corte a Don Francisco de Borbón, y un agregado para que acompañe y haga la corte al Ministro.

Pero ya que se habla del reino de Nápoles, yo desearía, ya que tan celoso se muestra el Gobierno respecto de Don Francisco de Borbón, desearía que el Sr. Ministro de Estado nos dijese como ha resuelto respecto de un patronato que tenemos sobre un convento de Monserrat en Palermo, cuya cuestión a mi entender y según mis opiniones ha resuelto de una manera desfavorable al país.

Por lo demás, dejando aquí mis observaciones respecto a este punto, porque he dicho que no quiero ocuparme de la cuestión política, voy a concluir repitiendo al Sr. García Miranda y a todos los que como el Sr. García Miranda puedan extrañar que de estos bancos salgan peticiones de aumento de algunas partidas del presupuesto, voy a repetir que el partido progresista no quiere que se gaste en lo superfluo para no poder gastar en lo necesario; que el partido progresista no quiere que se paguen servicios que no se hacen, y se dejen de remunerar servicios que se prestan; y en fin, para que se comprenda bien lo que el partido progresista quiere en esta cuestión, voy a concluir por contar un hecho, que es el tristísimo epílogo de una brillante historia

Era el día 26 de Enero de 1862, y cuando el sol se elevaba a una de las mayores alturas de su majestuosa carrera, y la brillantez de sus rayos convidaba a los habitantes de la capital a abandonar sus casas momentáneamente, al pie de la verja de una iglesia principal, en una de las más principales calles de la corte, cerca del Ministerio de la Guerra, al pie de la verja de la iglesia del Carmen, en la calle de Alcalá, se veía un soldado de marcial continente, aunque de rostro triste y atezado, con los ojos fijos en el suelo, como quien considera su infelicidad, por no poderlos levantar el cielo para ver la luz.

La gorra de cuartel que cubría su cabeza, el color encarnado del pantalón que vestía, el pardo oscuro de la polaina que llevaba el mismo color del poncho que se sus hombros pendía, indicaba bien a las clara que aquel soldado era uno de nuestro bizarros y valientes cazadores. Una cinta y una medalla adornaban el costado izquierdo de aquel soldado, sobre cuya esclavina, que casi cubría aquellas insignias, aparecía una placa grande en que se veía grabada una palabra ciego y un número. La cinta y la medalla significaban evidentemente la noche eterna en que parecía condenado a vivir aquel desgraciado; la cinta y la medalla del costado era el premio que la patria da a sus mejores hijos, y la medalla que pendía de su poncho era, señores, el permiso para pedir una limosna.

La verdad es, señores, que las gentes que por allí pasaban se miraban asombradas unos a otros y decían: este ciego mendigo es un valiente del ejército de África.

Ya puede comprender el Sr. García Miranda y todos los que como S.S. piensan, lo que el partido progresista quiere. Lo que el partido progresista quiere es que no se gaste en lo superfluo, y se deje de gastar en lo necesario; es que no se paguen servicios que no se prestan, y se dejen de recompensar servicios hechos a la patria; lo que el partido progresista quiere es que no se gasten 260.000 reales en pagar a unas personas que no prestan ningún servicio, y se deje de recompensar al que representa la honra y la dignidad de la nación ultrajada, al pie de la Virgen de una iglesia pidiendo limosna.

Me dicen aquí que el Sr. Presidente del Consejo de Ministros ha dicho que ese desgraciado es un farsante. Pues lo extraño mucho, porque enfrente había agentes de la autoridad, y no comprendo como consentían que se deshonrase aquel uniforme, valiéndose de él para excitar así la caridad pública. Pero puesto que S.S. dice que eso puede ser una farsa, y yo no lo sé, porque no le pedí el título para ver si podía llevar aquellas medallas, voy a referirle otro hecho, y siento que no esté presente el Sr. Ministro de Fomento, que de seguro lo recordará.

Llegaron aquí dos pobres soldados de la provincia de Logroño que habían quedado ciegos cuando la expedición de López en la Habana. Estos soldados vinieron a Madrid con sus licencias a pretender se les dejase entrar en Atocha. Tenían que hacer muchas instancias y necesitaban mucho tiempo para conseguirlo; entonces acudieron a mí, como Diputado de la provincia, rogándome que obtuviera de la autoridad permiso para poder tocar la guitarra por las calles.

Dirigí una carta al Sr. marqués de la Vega de Armijo, gobernador que era de Madrid, haciéndole esta caritativa recomendación. El gobernador de Madrid, es cierto, los acogió bien, como acostumbra a acoger a todos los desgraciados que a él se acercan, pero diciendo que el no tenía nada que ver con eso, los recomendó al alcalde corregidor: tantas idas y venidas tuvieron que hacer aquellos infelices, y tanto tiempo pasaron sin conseguir nada, y mientras tanto se morían de hambre, que al cabo tuvieron que volverse a su provincia.

Por eso es por lo que nosotros no queremos gastos superfluos, para que se puedan cubrir los gastos necesarios; por eso no queremos que se pague a quién no presta servicios, para que se recompense a quien los ha prestado a la patria, y no se vea reducido a mendigar sus sustento, implorando la caridad pública.



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